viernes, 7 de agosto de 2015

Al salir de clase

Febrero-2011

Hugo salió del aula hablando con un compañero, Fede, sobre el experimento que había llevado el profesor al final la clase. Realmente había sido impresionante como el viejo doctor manejaba aquellos frascos que parecían que fueran a explotar en cualquier momento.

—Ha sido todo una lucha de poder. En especial cuando Ramón le ha intentado corregir sin lograrlo. —Fede era quien llevaba casi toda la conversación, Hugo simplemente escuchaba afirmando con la cabeza. —Aunque ya me habían avisado de él... Mi novia le tuvo el cuatrimestre pasado.

Y Hugo volvía a afirmar con la cabeza, aunque esta vez con una sonrisa un tanto extraña. Porque a los chicos como él siempre le gustaban los chicos como Fede, pero los chicos como Fede, por norma general, siempre tenían novia.

— ¿Qué tienes pensado hacer esta tarde? —Y Fede, ignorante de lo que pasaba por la mente de Hugo, siguió hablando mientras intentaban no chocarse con los compañeros, que, al igual que ellos, acababan sus clases en aquel turno, o por el contrario, iban a clase en aquellos momentos, por tener turno de tarde.

—He quedado con el grupo para comer por aquí y luego acercarnos por el centro. —Respondió. Tenía la suerte de que, a pesar de que su grupo de amigos del instituto había tomado distintos caminos, todavía seguían quedando. E incluso se habían incorporado nuevos amigos. — ¿Te apetece venirte?

El otro suspiró y se acomodó la mochila en el hombro.

—Me encantaría, pero mis padres me van a venir a recoger porque quieren que vayamos a comer juntos... —Puso los ojos en blanco. Realmente aquellas comidas le resultaban bastante aburridas, porque encima se generaba el mismo silencio que cuando comían en casa, pero al menos en casa tenía el sonido de la televisión que hacía que aquello fuera más soportable.

—Que te sea leve... —Comentó Hugo cuando ya estaban llegando al hall, haciendo que Fede riera.

—Ya veo el coche, será mejor que vaya tirando, cuanto antes vaya, antes se termina. —Y tras chocarse las manos, este salió de la facultad.

Ahora le tocaba recorrerse medio campus para ir a la facultad de letras donde había quedado con sus amigos en aquel día.

jueves, 6 de agosto de 2015

Cuando la vida es como una galleta que se rompe en la leche

Lucas llega a casa tras una larga mañana en el despacho que se sumó a una larga tarde en la cafetería con sus viejos amigos del instituto y de la universidad. Su esposa, Sonia, está en la cocina preparándole un biberón a la pequeña que lleva el nombre de su madre. El primogénito de ambos, Sergio, también está por ahí danzando. Desde que Sergio fuera apuntado a fútbol se ha vuelto aun más hiperactivo, y eso que sus padres buscaban el efecto contrario.

Sonia se vuelve a su marido, quien se ha sentado en una de las sillas que hay en la cocina, donde suelen desayunar, y le saluda con una enorme sonrisa en los labios.

—Ahora estoy contigo, amor. —Y sale de la cocina, hacia el salón, donde la pequeña de nueve meses llora.

Y Lucas agradece que no tenga en ese momento tiempo para él, porque está pensando cómo poder mirarla a la cara después de haberla visto a ella. Y se siente cobarde aunque nunca haya pasado, se odia, porque todavía sigue pensando en Silvia cuando tiene una vida perfecta. Porque tiene todo lo que nunca jamás ha podido desear, ¿no?

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La cafetería “Los Tres Ciprés” lleva apenas seis meses abierta, pero se ha convertido en un local bastante concurrido por sus pasteles, nadie puede ir a esa cafetería y no comer alguno. Hugo, Leila y Lucas lo acaban de comprobar. Sentados en una mesa, cada uno con un café y con uno de esos pasteles, hablan acerca del trabajo. Hace meses que no ven a Hugo, quien se haya trabajando en un laboratorio. Por su parte, Leila anuncia que la semana pasada la despidieron, y vuelve a estar en busca y captura del trabajo perfecto. Su carrera en historia no le ha servido de nada, puesto que todos los trabajos que ha tenido no han sido relacionados a eso. Lucas omite deliberadamente el ascenso que ha obtenido a comienzo de mes.

Pregunta por Alicia, según los mensajes la joven también iba a ir aquel día. Piensa que lo más seguro es que la joven se hubiera quedado ensimismada delante del ordenador con alguna nueva historia que tuviera en mente, o en su defecto hablando por teléfono con Japón. Su prometido, Matias, se encuentra en aquellos momentos allí por motivos de trabajo. Quien parecía que no iba a ser nunca un hombre de provecho, es quien tiene un mejor futuro por delante.

Cuando Hugo les empieza a contar, con un deje de timidez y con una leve sonrisa que posiblemente ya haya conocido al chico que se merece, Alicia hace acto de presencia, y no va sola. Leila es la primera en ver a la compañía de la chica y su rostro se descompone, haciendo que Hugo callara y Lucas se sorprendiera.

— ¡Mirad quien me he encontrado cuando salía de casa! —Anuncia con una sonrisa, señalando a su lado.

— ¡Hola, chicos! ¡Hola, Lucas! —Silvia sigue igual de guapa que haría unos años, cuando se fue a recorrer Estados Unidos dejando todo y a todos atrás. Cuando Lucas la ve, miles de sentimientos que creían dormidos, vuelven a despertarse. Y por un instante, ni Sonia, ni sus dos hijos existen. Sólo por un breve instante.

Cuando Lucas la ve, miles de recuerdos se aglutinan en su mente. De cuando era joven y tenía muchos sueños que cumplir. Cuando Sonia aun no existía en su vida.  

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—Estoy embarazada.

La noticia le cae a Lucas como un jarro de agua fría. No se la espera, y se tiene que sentar en el sofá de la sala. Sonia le ha llamado diciendo que tenía que decirle algo serio, pero jamás se hubiera imaginado que aquello pasaría.

Sólo lo habían hecho una vez y porque lo necesitaba.

Realmente no sabe cómo acabaron en la cama. Pero cuando ve a Sonia en el umbral de su puerta, con una mano abrazándose el estómago como si esperase el momento en el que fuera a echarla de su casa, no se arrepiente de nada. Se levanta y acortar los pasos hasta llegar donde está ella. Rodea su cintura con sus brazos y besa su mejilla antes de buscar sus labios.

—No pasa nada. —Le susurra, besando su cabeza, mientras nota las manos de Sonia en sus brazos. —Te quiero. —Se lo dice de verdad. Las palabras han fluido y él no las ha detenido. Hace tres años que no dice aquellas dos palabras de verdad, y siente que el recuerdo de Silvia ya no duele.

Porque Sonia se ha encargado de hacer que no duela.

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Fue un año antes cuando Lucas “reconoció” a Sonia. La reconoció, porque, aunque no se acordara, la conocía desde el instituto.

Fue una noche de verano, recién acababan de terminar los exámenes y, si todo había salido bien, todos se habían licenciado de la universidad. Estaban en un local en el que ponían las canciones del momento cuando Elena, la chica que meses después tomaría un avión para irse a Francia, apareció de la mano con Sonia. Ambas chicas habían estudiado lo mismo y parecía ser que aquel había sido el momento propicio para llevar a cabo una amistad.

Elena comenzó a presentarles uno a uno. Alicia, Matías, Hugo, Leila, Juanmi, David, Lucas…
—Ah, con razón me sonabas. —Declaró ella con aire de sorpresa. —Hemos ido juntos a clase en bachillerato.

Tiempo después, Sonia le diría que aquello había sido una mentira y que nunca había tenido duda de quién era. La aparición de Sonia fue un soplo de aire fresco a su vida. Comenzó a salir, en un principio arrastrado por ella. Luego por propia voluntad. La joven no dejó que Lucas se quedara encerrado en su casa, con su ayuda, encontró trabajo en una buena empresa, de lo que había estudiado, y comenzó a labrarse un futuro profesional. Empezó a olvidarse de las palabras de Silvia, de perseguir sus verdaderos sueños.

Sonia había resultado ser todo lo que Silvia no era. Sonia no se había ido cuando Silvia si lo hizo…

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Silvia decidió irse de un día para otro. A la noche, se estaba acostando en los brazos de Lucas, dos años atrás, y a la mañana siguiente todo el mundo le estorbaba. Lucas le estorbaba. Aunque debería de haberlo sabido. Debería de haberse estado preparando para ese momento. Porque Silvia ya se lo había advertido muchas veces. No quería atarse. Y él había sido un imbécil por enamorarse de ella.

— ¿Y esto va a terminar así?

— ¿Qué quieres que te diga? —Silvia estaba guardando sus cosas, las pocas cosas que se había llevado a casa de Lucas.

— ¿Por qué tienes que irte? —El joven la mira, sentado en la cama.

—Creo que no hace falta que te responda a eso.

—Silvia, por favor.

La chica le mira por unos instantes. Se acerca al joven y le pone una mano en la mejilla, acariciándosela despacio, mirándole a los ojos antes de darle un suave beso en los labios. Lucas cree que si la atrapa en ese beso nunca se irá. Pero lo hace. Se separa de él y le da la espalda, tanto física, como emocionalmente.

—Tengo que hacerlo. No puedo quedarme aquí atrapada.

— ¿Tan malo es quedarse conmigo? —El muchacho se levanta, intenta abrazarla, pero Silvia se deshace de sus brazos y camina alejándose de él. Prometiéndole que nunca más le molestaría, si así lo deseaba.

Pero Lucas no lo quiere, porque en el fondo de su ser sabe que tendrá la esperanza de que vuelva a él. Y prefiere no engañarse ni engañarla. Prefiere ser sincero.

Silvia siempre ha sido un alma libre, y sabe que la culpa es suya por haber pretendido atraparla.

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—Dibujas muy bien. —Silvia se paseaba por la casa de Lucas en pijama corto, denotando que había dormido en su casa, como llevaba haciéndolo el resto de la semana. — ¿Por qué no te has metido en Bellas Artes? Creo que empresariales es una cosa muy seria como para ser estudiada por alguien como tú.

— ¿Me estás llamando poco serio? —Lucas abrazó a Silvia por la cintura cuando la tuvo al alcance y la sentó en su regazo. Ella ni se inmutó, mientras seguía pasando las hojas del cuaderno que él utilizaba en ocasiones para dibujar.

— ¿Yo? Jamás se me ocurriría. —Su risa era melodía para los oídos del joven, quien negó con la cabeza, apoyando la barbilla en su hombro. —Pero dime, ¿por qué no estudias Bellas Artes?

—Mis padres creen que es una carrera sin futuro. —Puso los ojos en blanco.

Silvia se giró a él, soltando el cuaderno encima de la mesa del salón. Parecía haberse sentido ofendida y quizás lo estaba, porque ella estudiaba esa carrera, pero Silvia nunca se enfadaba. Siempre había sido muy hippie y ese rollo de ser “mala” no iba demasiado con ella.

—Dile a tus padres que no están en lo cierto. —Sonaba muy segura de ello, mientras se cruzaba de brazos. En aquellos momentos costaba creer que Silvia tuviera veintidós años. Parecía mucho más pequeña. Siempre parecía más pequeña. — ¿A ti te gusta dibujar? —No podía creer que le estuviera haciendo esa clase de pregunta, aunque acabó afirmando con la cabeza. — ¡Pues eso es lo único importante! Así que nunca dejes de dibujar. No debes de olvidar nunca tus sueños e ir a por ellos.

Y Silvia era la más indicada para decir aquello. La joven siempre hacía caso a sus propios consejos y en efecto, nunca olvidaba por lo que quería luchar. Se llevase a quien se llevase por delante o lastimase a quien lastimase.

Era muy fácil descubrir porque Lucas se había enamorado de ella.

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Había acudido a una de las reuniones de Matías en contra de los recortes en el presupuesto de las facultades. No sabía muy bien porqué lo había hecho, pero lo cierto es que no había estado nada mal.
Matías sabía desenvolverse bastante en esos ámbitos, le había sorprendido bastante. Cuando terminó la reunión, de la que Lucas no sacó nada en claro, el joven se le acercó y le puso una mano en el hombro.

—Nos vamos a comer antes de entrar en clase, ¿te apuntas? —Apenas conocía a aquella gente, quitando a Matías, pero acabó aceptando. — ¡Estupendo! Nos vamos a cafetería de Medicina.

Dicho y hecho, en cuanto la gente que se tenía que ir se había ido, emprendieron el camino a la facultad mencionada.

—Nunca te había visto en una reunión. —Lucas se vuelve a la persona que le ha hablado. Es una joven bastante guapa. — ¿Te vas a unir a la asociación?

—No lo sé. Solo he venido porque Matías me ha insistido mucho y tenía cierta curiosidad.

—Nos hace faltan más personas. Me llamo Silvia y estudio Bellas Artes. —La chica tenía una bella sonrisa.
—Lucas. Empresariales.


Cotilleos de verano

Bajar a la piscina del bloque una tarde de agosto era terriblemente insoportable, por suerte iba con Silvia, por lo que los niños, sus salpicaduras y las mujeres chismosas no me enfadan tanto. Silvia ejercía un efecto tranquilizador en todos nosotros que a veces se agradecía.

Tumbada junto a ella en la toalla, pretendíamos ponernos morenas tras untarnos todo el cuerpo con crema. Bueno, yo. A la piel, ya morena de por sí, de Silvia no le hacía falta tanto protector solar.

—Y bueno, Alicia, ¿qué tal la otra tarde con Matías?

Aquella pregunta me hizo suspirar mientras me giraba en la toalla para mirarla. Realmente había bastante que contar. Y no precisamente cosas para tirar cohetes.

— ¿Te puedes creer que en mitad de la cita me propuso acudir a una concentración?

Realmente no era una cita. Matías no me había dicho que fuera una cita, simplemente habíamos acudido a un centro comercial juntos porque ambos teníamos cosas que buscar, pero ¡se dejaba entrever que era una cita! ¡Por supuesto que sí!

— ¿Acaso era una cita?

O quizás no se dejaba entrever tanto.

Me puse las gafas de sol para eludir la mirada de Silvia, mientras esperaba que la rojez que empezaba a notar en mis mejillas fueran a causa del Sol y no de la vergüenza por el momento.

—Eso no hace falta preguntarlo.

—O sea, hablando en plata, que te montaste la película tú sola.

Y para colmo tenía la osadía de reírse a carcajadas. Decidido, aquella era la última vez que le contaba algo a Silvia. ¡Ya no éramos unas crías para andarnos con chiquilladas!

—Ya deberías de conocer a Matías. Está más preocupado queriendo salvar el mundo que pensando en sentimientos… —Continuó hablando Silvia, tumbándose boca arriba con las manos tras su nuca. —Deberías de dar tú el paso. ¡Las mujeres somos fuertes! ¡Seguro que le gusta!

—Sí, ya…


Aunque realmente, había pensado en ello un varias veces en lo que llevaba de año.

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Esto forma parte de la iniciativa Writerland del blog de Writer Fancy